lunes, diciembre 15, 2008

Por la gloria de mi madre

El hijo de los vecinos de mi madre tiene siete años y hace sudokus por hobby. Supongo que esto, más que en superdotado, lo convierte en una aberración de la naturaleza. Además se ve que este verano, el último día de cole de camino a casa ya sacó el cuaderno de ejercicios y se puso a trabajar en el autobús. Lo que le sitúa en alguna categoría próxima al anticristo.

El otro día pillé al Damien en cuestión en casa y sorprendentemente estaba jugando a la Nintendo DS, una actividad que no requiere complicadas operaciones matemáticas y en la que consecuentemente era un petardo. Al ver que estaba jugando al Súper Mario le empecé a explicar emocionado que de pequeño yo también jugaba y él me dedicó una mirada como la que haría yo si algún día mi abuela me explica que de joven fumaba porros. Indignado y con ganas de dejar las cosas claras sobre mi gran superioridad en la materia le pedí si le importaba dejarme intentar jugar una partida. Jur, jur, jur… te vas a enterar mequetrefe.

El muy inconsciente me empezó a dar indicaciones de cómo funcionaba el videojuego sin soltar la consola, y yo cada vez más impaciente le iba estirando de las manos y diciendo que ya sabía cómo iba. Sabes porqué sé que sólo hay un botón para saltar y otro para correr deprisa/disparar? Pues porque este juego nació en una consola que SÓLO tenía dos botones, pero eso fue antes de que tú nacieras, cacho rookie! Además, el muy inculto me decía que si cogía una flor Mario se volvía “panadero” y entonces lanzaba bolas de fuego. No sé en qué momento las nuevas generaciones decidieron que Mario cambiaba de profesión, porque Mario es lampista y basta, lo único que pasa es que si toca una margarita se vueve pirómano, pero continúa siendo lampista.

Finalmente me pasó la Nintendo y por el poder de Greyskull empecé la partida, cogí todos los champiñones y florecillas de los cojones, entré en el castillo hortera y aplasté a la tortuga punkie gigante. Chúpate esa mini-friki sudokero, cuando yo diga algo de Mario tú di amén.

Le devolví la consola y le dije que algún día igual le enseñaría a jugar al Street Fighter, a lo que volvió a poner una cara de no entender de qué hablaba. Pobrecillo, seguro que ni sabe quién es Daniel San ni los Goonies ni nada, pero como mínimo ya tiene claro que la experiencia es un grado.

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