miércoles, mayo 28, 2008

Lecciones de juventud

Cuando iba a tercero o cuarto de EGB los lunes a primera hora tocaba clase de catalán. Durante la primera media hora teníamos que escribir una redacción que ocupase más o menos una hoja y durante la segunda media hora leíamos en voz alta las redacciones de la semana anterior. Los temas evidentemente no eran demasiado originales y más o menos todo el mundo se dedicaba a explicar las excitantes aventuras del fin de semana. Que si el domingo fui a comer a casa de la abuela y después fui con Carlitos a jugar a futbol y que si este fin de semana fue mi santo y me regalaron el nuevo coche-ruló de la Barbie y sus amigas.
Cada uno afrontaba este panorama como mejor sabía. Cris sorprendía por escribir historias ético-morales que siempre parecían girar entorno a alguna profesora viejecita y ciega (la mía era nintendo) que era muy buena y entonces sus alumnos ahorraban dinero en lugar de comprarse chuches y le pagaban una operación para que volviera a ver. Los políticos no son hipócritas, las niñas rubias de 10 años son hipócritas.

La posición más señalada seguramente era la de Pitus, que simplemente se pasaba media hora mirando al techo y cuando le tocaba leer la redacción le echaban fuera de clase y ya está. Él no perdía el tiempo escribiendo paridas, nosotros no lo perdíamos escuchándolas y el profesor no parecía demasiado preocupado por generar un analfabeto asocial.
Yo adopté una defensa más creativa. Con el tiempo empecé a inventarme historias y aventuras donde la gracia estaba en que los protagonistas éramos yo y mis compañeros de clase. Fue un gran éxito y esto me llevó a incluir también a parte del profesorado en las redacciones, pero claro, no exactamente en el mismo tono que Cris. Quiero decir que en caso de que apareciese una maestra vieja y ciega lo más probable es que su suplicio se viera finalizado gracias a un tráiler sin frenos al cruzar la calle… mientras los alumnos se lo miraban comiendo una bolsa enorme de chuches.
A pesar del gran éxito entre mis compañeros el problema fue que el profesor, por alguna razón, empezó a pensar que mis redacciones podían expresar la opinión del autor y que la opinión del autor no le gustaba. Una tontería bajo mi punto de vista, porque que una ciega sea atropellada por un coche al cruzar sin mirar son cosas que pasan y ya está, porque como no ve pues cuando cruza la calle se tiene que fiar de lo que le dice un niño que come palotes y a veces los niños se equivocan sin querer. Y que mi profesor se llamase Iván y la ciega Ivana era coincidencia.
Finalmente un lunes, después de echar a Pitus, el profesor me metió un sermón delante de toda la clase sobre que inmaduro y vulgar era escribir sobre muertes traumáticas y niñas que enseñan las bragas y sobre cómo estaba de decepcionado de que no escribiera las mismas paridas que el resto de compañeros. De esta experiencia aprendí muchas cosas (aunque precisamente no muchas sobre redacción), entre las cuales está la lección de que cuando escribes según qué tienes que pensar qué puede pasar si lo lee según quién. Especialmente alguien que tendría que estar debajo de un tráiler.
Todo esto viene acerca de que no sé si tendría que escribir sobre el trabajo o no. O igual simplemente tendría que omitir ciertas cosas y obviar el hecho de que mi nuevo boss sea una fuente tan inmensa de inspiración. No lo sé, escribir sobre la vida en el Pret no comportaba demasiados dilemas pero mi futuro como fotógrafo ya es otra cosa, que estamos hablando de un trabajo donde no tengo que llevar uniforme ni gorra y donde me afeito cuando me apetece. Bueno, supongo que simplemente será cuestión de ir con un poco más de tacto y ya está, pero sin dejar de comer chuches.
Por cierto, que ahora ofrezco servicios fotográficos integrados, máxima seriedad y profesionalidad (artículo en el blog por un 10% más).

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