Siguiendo con el revival teatrero, el domingo pasado me fui a ver cómo los del Aula de Teatro de la Pompeu representaban "Esperando a Godot". Qué cabrones, ya la podríamos haber hecho cuando estaba yo.
Y no sé si acabé contento o decepcionado, pero la cuestión es que sigue sin haber nadie que se lance a hacer butifarras (morcillas) en la última representación. Decepcionado porque nadie ha seguido mis gloriosos pasos, y al mismo tiempo contento de seguir siendo original.
La butifarra es, muy discutiblemente, la meta última a la que puede aspirar un actor. Es la prueba última de la confianza en uno mismo, el dominio de la escena y las ganas de tocar los huevos.
Una butifarra es un cambio en el texto o montaje original que un actor introduce inesperadamente en plena representación. Tradicionalmente se hace en el último bolo para alegrar un poco la despedida, pero también porque es cuando la obra está más rodada y sobretodo (como mínimo en mi caso) porque así no se da la opción a represalias en representaciones posteriores. La gracia está en que ha de ser una broma totalmente interna, el actor o actores en escena tienen que poder seguir con la obra de manera que, aunque ellos y la gente entre bambalinas estén flipando y posiblemente pensando en cómo matarte y que parezca un accidente, el público no tiene que notar nada raro. Por lo tanto, la butifarra se tiene que pensar de manera que la víctima pueda continuar con su papel, que toque la pera pero que no reviente el espectáculo.
Siempre se han hecho, y se siguen haciendo, mini-butis. Pequeños cambios que un actor introduce en su texto y que hacen gracia, pero que en realidad no afectan a nadie más que a él. Mariconadas. Si el otro actor no te echa una mirada de “cuando vayamos al backstage ya puedes correr cabrón” es que no es una butifarra.
Evidentemente mi primer año no lo probé, montamos “Justicia” de Apeles Mestres y suficiente faena tenía en intentar articular palabras y aguantarme el pipi en escena. Al año siguiente, representando "El burguès gentilhome" de Moliere, ya tenía más maña en eso de aguantarme el pipi, pero de todas formas no me planteaba ni remotamente salirme del guión. De hecho un día sí que cambié el texto, pero no porque estuviera intentando colar una buti si no sencillamente porque me quedé en blanco y algo tenía que decir. De todas formas ya apuntaba maneras, en un momento concreto tenía que hacer un saludo/reverencia en plan califa y el director me dijo que me inventase cualquier tontería que sonara a árabe, era la época en que se puso tanto de moda el anuncio del gueropa y yo no fui menos. Vale, no era una buti, pero molaba que te cagas.
El año siguiente monté una obra con gente de Canet, un bodeville bastante desastroso pero donde descubrí eso de los embutidos en escena. Había una escena en la que otro actor me pedía ejemplos de no sé qué chuminada, en principio yo le daba un par y después él pasaba a otra cosa, pero el día de la representación el cabronazo no paraba de decirme “¿A si? ¿Y qué más?” y yo me tuve que ir inventando paridas. La verdad, lo alargó demasiado y se notó, pero la obra ya era un desastre de todas formas (me cargué una pecera llena de agua al final del primer acto) o sea que tampoco importó demasiado. La cuestión es que descubrí un mundo de posibilidades.
Aquél año en el Aula montamos "El somni d'una nit d'estiu”. No es que tuviera pensado hacer nada pero el último día de representación me encontré muy sobrado y animado, supongo que de resultas de pasarme más de la mitad de la obra paseándome en calzoncillos por el escenario. Yo estaba entre bambalinas, Elena hacía su monólogo mirando hacia el lado del escenario donde estaba yo y entonces me bajé los pantalones y le enseñé las nalgas. Supuestamente Elena estaba mirando el camino por el que su amor Demetrio se había marchado, pero en la misma dirección se encontró un culo y acabó su parlamenta de "Demetrio, si no vuelves me moriré” con una sonrisa de oreja a oreja. Cagada pastoreta.
Se enfadó como una mona, pero no fue nada que nuestra amistad no superase. Además, fue culpa suya por no estar centrada en el personaje y tal, que ella se tendría que haber imaginado el camino con el Demetrio y no mirar mi culo.
Al año siguiente hicimos "Un barret de palla d'Italia" de Eugene Labiche. Era el protagonista, por lo que iba sobradísimo y encima el montaje parecía hecho expresamente para hacer lo que hice.
La obra era un bodeville que habíamos montado en plan Sit Com, había un momento en el que Marita se desmayaba y su churri me mandaba a por un vaso de agua. Yo salía de escena, contaba hasta cinco y volvía a entrar con el vaso, entonces el churri me ponía nervioso y yo en lugar de darle agua para beber se la tiraba por encima, Marita se despertaba chillando y al público le hacía mucha gracia. Un momento Lina Morgan como cualquier otro.
La cuestión es que aquél año parte del atrezzo era un cubo y una palangana que un chaval usaba para darse un baño de sales en el último acto, de manera que antes de empezar la representación me aseguré de dejar el cubo lleno de agua. Cuando Marita se desmayó, fui a bambalinas y me encontré al resto de la compañía en fila, todos con una sonrisa diabólica de oreja a oreja y aguantándome el cubo preparado. Volví a salir a escena y el que hacía de churri ya empezó a dibujar una sonrisa nerviosa, Marita mientras tanto estaba desmayada, con los ojos cerrados y esperando un vasito de agua.
Es sorprendente la cantidad de agua que cabe en un cubo y Marita tuvo suerte de que el vestido no se le transparentara. Cabe decir que aquél día fue la mejor interpretación con diferencia en lo que respecta a la cara de sorpresa al despertar, sólo un poco eclipsada por el churri descojonándose sin muchos complejos. A mí en cambio me resultó fácil mantener el personaje y mostrarme preocupado, porque en aquél mismo instante recordé que unas frases después Marita me tenía que dar una bofetada (otro momento Lina Morgan) y a juzgar por su cara tenía ganas. Me resigné a recibir, que total había valido la pena, pero al llegar el momento Marita me demostró su gran amistad perdonándome las mejillas. Quien tiene un amigo tiene un tesoro, aunque sea húmedo.
Mi último año en el Aula hicimos un montaje a base de fragmentos de varios autores. En uno de los fragmentos con el emocionante título de “La Coca-cola” me tocaba hacer de una especie de yonki resacoso y enfarlopado que va a tomar una cocacola con una chica un poco pava que está enamorada de él pero él de ella no. El argumento no prometía demasiado, pero gracias a las aptitudes de Tura conseguimos montar una escena donde pasaban bastantes cosas, y lo mejor es que tener una pareja de escena competente y con capacidad de improvisación permitía colar una butifarra más sofisticada con garantías de que la obra siguiera adelante igualmente.
En un momento dado Tura toda nerviosa se ponía un piti en la boca pero los nervios le impedían hacer funcionar el encendedor, entonces yo todo chulo piscina sacaba mi zippo y le daba fuego. Yo no fumaba, en lugar de eso mi personaje se pasaba toda la escena mascando chicle como un poseso (pastillero) y en la última representación en lugar de darle fuego le dije que el tabaco es muy malo para la salud y que debería intentar dejarlo, le quité el cigarro de la boca y le endosé un chicle. Por un segundo Tura me miró preocupada porque se pensaba que me había quedado en blanco y estaba improvisando, pero enseguida me miró muy preocupada porque se dio cuenta de que era un putas y estaba improvisando. Por un momento temí que Tura rehusara el chicle y volviera a encarrilar la escena, pero el elemento sorpresa estaba a mi favor y la pillé en pelotas. Dudó un segundo más y yo aproveché para meterle otro chicle en la boca mientras le soltaba un pequeño discurso sobre los beneficios de la vida sana y acabé con la frase que daba pie a su réplica. Tura con mucha dignidad siguió con la obra, como si no hubiera pasado nada pero con una bola elástica en la boca que le provocaba ciertos problemas de pronunciación. Mi butifarra más sofisticada y esta vez sí que no se notó nada.
Para ser sinceros del todo, aquél año también hubo otra buti. Lopakin hacía una escena un poco subida de tono con Marita donde había un par de magreadas, el último día Lopakin decidió poner a prueba la paciencia de Marita y se pasó toda la escena con las manos enganchadas en el culo de ella, comprobando su firmeza. No sé si eso fue exactamente una butifarra o más bien algo pensado con la butifarra, pero otra vez Marita estuvo mejor que nunca.
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