miércoles, agosto 27, 2008

Quien roba a un ladrón, cién años de perdón (¿ladrón x 3 = 300 años?)


Peter Chan es más inglés que el bed & breakfast, pero como tiene cara de chino la gente le toma como lo que no es. Eso, sumado al hecho de que siempre va arrastrando una Nikon D2x, que es una cámara diseñada para pasar desapercibida si la pones entre dos volúmenes de la enciclopedia catalana, hace que todos los carteristas del metro de Barcelona lo tomen por un turista japo forrado de pasta. Lo que pasa es que los carteristas cometen un error de cálculo al ignorar al amigo que va con él y que tiene una paciencia limitada y una mala hostia justificada.

Yo ya le repetía que un veterano del N29 no tiene que sufrir por nada en Barna, que aquí no se tiene que preocupar demasiado por atracos con arma blanca ni palizas por hobby, pero que tenía que vigilar con los pispas. Pero él sólo hacía que responder “I beg you pardon? Would you like a lovely jovely yummy-yummy cup of tea?”.

La primera vez que nos pasó entramos en el metro y cuando la Gnat y yo encontramos sitio me di cuenta que Peter se había quedado atrás, concretamente enredado en medio de cuatro turistas. A primera vista parecían eso, cuatro turistas con sus gorras cutres y todo, pero lo que fallaba un poco es que en el vagón había sitio de sobras y ellos estaban todos alrededor de Peter como si todo estuviese petado y no se pudieran mover.

Mi abuela considera que todos los turistas son una especie de disminuidos psíquicos porque dice que no saben hablar y comen cosas raras, pero aquellos cuatro eran demasiado listos y me parece que ya sabían que en el metro había sitio de sobras. De manera que le dije a Peter que porqué no venía con nosotros y dejaba a sus amigos, a lo que él contestó con una mirada en plan “no es que no quiera venir contigo, pero para hacerlo tendría que molestar a esta buena gente que tengo alrededor y por nada del mundo querría disgustarles”, a lo que yo respondí “Capullo, te están intentando robar” y entonces vino.

En la parada siguiente el grupo de los cuatro desapareció y entonces una señora sentada a mi lado nos empezó a decir que sí que teníamos razón, que ella había visto cómo le intentaban meter la mano en el bolsillo, y nosotros nos quedamos pensando en qué cabrones que eran ellos y qué malnacida la señora que lo había visto todo y se había callado como una cabroncilla y encima luego quería conversación.

Es que el país está muy mal. No porque pasen cosas, sino porque pasan y la peña sólo se lo mira. Claro, que igual por eso pasan. Gente, un poco más de por favor, por favor, que la ropa no se lava sola.

Al día siguiente volvimos a coger el metro y al entrar en el vagón vi cómo Peter volvía a quedarse atrás rodeado por tres señoras, sonriendo y cediendo el paso mientras ellas le decían que no hombre, no, pasa tú primero que si no no te podremos robar. Después ya le expliqué que no es que tenga mala suerte, simplemente que con su cara y su enciclopedia los carteristas se ponen palotes. Es como si Brad Pitt se presentase en el Salvation, que también todo el mundo le intentaría meter mano al paquete.

Lo que pasa es que la primera vez me lo tomé como una curiosidad que no me había pasado nunca, la segunda vez en cambio me tocó bastante los huevos. Primero porque las pavas no lo estaban intentando, lo estaban haciendo, que iban al grano; segunda porque hace tiempo vi un vídeo de los mossos por la tele donde explicaban exactamente lo que estas pavas estaban haciendo (moraleja: cuando se cierran las puertas del metro las chatis se quedan afuera y ya tienen tu cartera); tercera porque se lo estaban haciendo a un amigo mío y entonces tengo menos paciencia que si lo aguanto yo solo (tocada de huevos con folre) y cuarta porque encima Peter arrastra cámaras, y con el equipo fotográfico me pasa igual que con las bicis, que son como cosas del gremio y chorizarlas o maltratarlas se equipara con pegar a una criatura o cosas así (todo el mundo tiene sus manías… con folre y manilles).

De manera que pasé de decirle nada a Peter, me abalancé directamente hacia las pavas bramando insultos varios, no demasiado originales pero adecuados, empujé a las señoritas afuera e hice pasar a Peter adentro, que me miraba flipando y preguntándose que si todo el follón venía porque nos habíamos saltado la hora del té. Entonces las chorizas pasaron a hacer el papel de sorprendidas desde el andén, preguntándome que qué pasaba y haciéndose las longuis y yo mientras aguantando las puertas que se cerraban y gritando “¿¡Que qué pasa!? ¡Ven aquí que te lo explico!”. Seguramente tendría que haber bajado, coger a las pavas y llamar a la policía, pero es que estaba demasiado ocupado insultando como para pensar en mucho más.

No me extraña que en las fuerzas especiales se le ponga tanto énfasis en el factor sorpresa, realmente funciona. Lo que pasa es que funcionó más con los pasajeros del tren que con las carteristas. Al darme la vuelta me di cuenta de la que había montado: la gente había huido dejando tres metros libres a mi alrededor y todo el mundo me miraba expectante a ver qué era lo siguiente que hacía, incluidas cuatro pobres chicas que se abrazaban y gritaban y me miraban aterradas porque acababan de descubrir que en su vagón había un tronado que asaltaba a mujeres. Casi se me escapa una sonrisa, pero pensé que quizás era mejor no potenciar mi imagen de psicópata alterado.

Curiosidades de la vida, uno de los pasajeros, para hacerse amigo mío y que no le arrancase la cabeza ni nada, me indicó amablemente que se me habían caído las gafas de sol. Pero no eran mías, tampoco eran de Peter ni de Gnat, ni de ningún otro pasajero… ¡Ei! ¡Le habíamos pispado las lupas a las chorizas!

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Más o menos en el minuto 0:25 es cuando tuvieron que improvisar un poco la técnica porque era yo quien aguantaba las puertas abiertas.


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