viernes, enero 04, 2008

Feliz 2008... que rima con bizcocho...

Navidad = Madrid, como cada año, que toca reunión familiar en casa de la matriarca (la agüelita). Este año, además, ha tocado rememorar la infancia.
Mis tíos tienen un ahijado de 12 años que este año ha pasado las fiestas con nosotros, y para entretener al chaval decidimos llevarle al Parque de Atracciones. En Madrid son así, el parque de atracciones de la ciudad de toda la vida está bautizado con el rebuscado y sorprendente nombre de “Parque de Atracciones”. La verdad es que le sienta bien, ya que era justamente eso, un conjunto de atracciones de feria de las de toda la vida (rollo “el saltamontes” o “el tren de la bruja”) pero en un recinto estable.
El chaval estaba contento de que fuéramos, yo estaba histérico. De pequeño, cada viaje a Madrid suponía inexcusablemente una visita al Parque, pero hacía como mínimo 14 años que la tradición se había interrumpido. Y volver suponía comprobar cuantas de las atracciones cutres que tanto me gustaban de pequeño habían sobrevivido al paso de los años, y evidentemente montar en ellas.
La verdad, poco queda del parque que yo recordaba. Sigue estando en la Casa de Campo, pero eso es casi lo único que no ha cambiado. De hecho han montado otro parque temático justo al lado, donde para montarte en las atracciones no tienes que comprar tiquets sino condones, pero en el Parque de Atracciones por 26 leuros puedes entrar en todas las atracciones tantas veces como quieras y en el otro parque me parece que por ese precio sólo te dejan visitar el pabellón francés.
¿Qué queda de mi infancia? Quedan los
Caballitos de el Oeste, una atracción muy avanzada a su tiempo donde te paseas por un poblado de cowboys e indios pseudos-disneys montado en unos caballitos de plástico que hacen como que cabalgan pero en realidad te están dando por el culo.
Queda
El barco blanco cutre ese, que es un barco blanco cutre con pasillos oscuros donde el suelo se mueve de lado, y después arriba y abajo, y después tiene pinturas fluorescentes en las paredes y la traca final es un túnel redondo de la friolera de metro y medio que da vueltas. Terror psicológico vaya.
I, gracias a Dios, queda
La selva de Tarzán, donde montado en una barca te paseas por un canal que recorre la selva. La verdad es que todo el decorado está renovado, pero han sido fieles al original y aún está el Tarzan en su cabaña y un par de exploradores subiendo a un árbol mientras un rinoceronte les clava un cuerno en el culo y, sobretodo, se sigue pudiendo apreciar el ruido de los sistemas hidráulicos que hacen mover las figuras de cartón piedra.
¿Qué hay nuevo? Todo el resto, pero lo más impresionante es la colección de montañas rusas de última generación con las que se han equipado (en el parque temático de al lado también hay rusas) y que es lo que hace que el año que viene piense volver. En especial una que se llama
La Lanzadera y que no es una montaña rusa sino una columna altísima donde te sientas en un asiento que sube hasta arriba y mientras subes vas diciendo “Ay mira, si desde aquí se ve todo el parque” y después dices “Ay mira, si se ve la casa de la abuela” y después “Ay mira, si aquello deben ser Ceuta y Melilla” y entonces te sueltan y caes en picado y dices “Ay mira mecaguenlaostiavirgensantísima!!!”
Evidentemente, ya que estaba en Madrid, también aproveché para ver a
Amparo y a Conejito. Bueno, a Conejito menos porque estaba enfermo y se fue a casa temprano, cosa que me dejó a mí solo con Amparo y tres amigas suyas en medio de una discoteca de ragatone (???) y con la posibilidad de montar una bacanal de sexo salvaje o bien mantener una interesante conversación sobre métodos depilativos. Ganó la segunda opción por cuatro votos a uno. Y ¿queréis que os diga una cosa? La depilación láser a la larga sale a cuenta, que lo dice Amparo que se ha hecho las axilas y no paraba de levantar los brazos con orgullo. Dice que está ahorrando para las ingles, pero no sé si eso lo tiene pensado lucir de la misma manera.



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