Empieza aquí (y 1/2 parte aquí)
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Aunque Joaquina y yo nos hubiéramos hecho amigos, ella seguía siendo una drogodependiente y yo empezaba a estar harto, aunque últimamente sólo esnifaba farlopa light por eso de la operación bikini. De manera que un día después de clase le dije que estaba harto de que me hiciera la broma de dejar las jeringuillas usadas encima del asiento para ver si me las clavaba al sentarme, que el primer día hace gracia pero después ya cansa. Y también que estaba harto de que en los semáforos aprovechara para desmontar el cristal del retrovisor para hacerse unas rallas, porque después siempre se ponía a gritar “¡Písale nano! ¡Písaleeeee!” y no se acordaba nunca de dejarlo en la misma posición. Le dije que como de todas formas seguramente se moriría antes de que yo subiera a examen, pues era mejor que me cambiara de profe ya, por ir avanzando trabajo.
No sé si le molestó o no que la dejara, porque con Joaquina no sabías nunca donde empezaba la línea de expresión y donde acababa la arruga. Si se hubiera chutado botox (en la cara quiero decir, para variar y dejar descansar a las venas) supongo que aún se le habría estirado bastante la fisonomía como para poder participar en un anuncio de las pasas de California.
Y así es como dejé el proyecto hombre y un coche con pegatinas de Escorpia para empezar a hacer clases con Joanna. Una profesora normal y que por eso a mí me parecía excepcional: cumplía el horario, no tenía nunca la nariz irritada y explicaba las cosas. Seguramente el resto de compañeros le debían hacer mobbing por todo esto. Además, Joanna tenía la virtud de saber combinar a la perfección las lecciones de circulación con sus conversaciones de peluquería, que incluían la carrera deportiva de su hijo tenista, su admiración por la Presley-hay-que-ver-lo-elegante-que-es-y-que-estilazo-tiene-cuidado-
-con-el-stop y su desprecio por Ana Obregón-y-es-que-mira-
-que-es-petarda-sube-el-embrague-más-despacio.
Y entonces llegó el examen. La cultura popular dice que no te aprueban nunca a la primera porque todo el entramado económico-político del loby autoescuelas-DGT (que es el equivalente español de los grupos de presión militares en los EUA) está interesado en que te gastes la pasta en renovación de papeles y prácticas extras. Mi experiencia me ha demostrado que esto no es cierto, los examinadores no tienen ningún interés especial en suspender, simplemente se las trae floja el resultado y consecuencias del examen. Todo depende de si en la felación/cunilingus del día anterior su pareja se lo curró o no.
A mí me tocó el examinador popularmente conocido como “el calvo cabrón”, y su pareja es definitivamente una inepta al respecto del sexo oral. El figuras era un antiguo instructor de vuelo y antiguo corredor de rallys y se preocupó de dejarlo bien claro, no fuera que nos pensáramos que era un simple, triste y desgraciado examinador de carnet. Lo pensamos, sobretodo porque el cabronazo no paraba de decirme que fuera más rápido que si no se aburría y de comentarle a Joanna que qué lentos eran sus alumnos y qué rápido era él cuando hacía rallys (claro, como con la calva era más aerodinámico...). Si ya entré al coche nervioso, el calvo cabrón no me ayudó mucho y la cagué al pararme en un stop con el semáforo en verde. Tendría que haber utilizado la morfina que Joaquina me había regalado como recuerdo, aunque tampoco es que el resto de los compañeros aprovasen. Además, en caso de duda tendría que haber apretado el gas, que leí que los del asiento de detrás son los que más pringan en caso de accidente.
Tres semanas después volví, mentalizado para pasar olímpicamente del déficit onanístico del examinador, que en esta ocasión resultó ser el popularmente conocido como “el calvo no-tan-cabrón”. Pero esta vez Joanna le conocía y nos hizo un briefing sobre el pavo en cuestión, además de un recorrido por los cruzes trampa por donde más le gustaba pasar, jur, jur, jur. E hice un examen tan clavado que los peatones en lugar de cruzar la calle se quedaban aplaudiendo y los semáforos me hacían la ola. Total, tenía que aprobar porque no me quedaba ni un duro para renovar papeles, de hecho no me extrañaría que en la DGT comprueben las cuentas bancarias de la gente y no te aprueben hasta que no llegas a números rojos.
Seguro que cuando Joaquina lo sepa me regalará unos dados de peluche para colgar en el tractor.
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