viernes, julio 25, 2008

Mi nena quiere más gasolina

En Palma de Mallorca, en la calle Joan Miró, más o menos a la altura de Soldat Marroig, hay una gasolinera-espectáculo. O como mínimo una gasolinera donde la gente va a hacer espectáculos.
Mis experiencias teatrales de juventud no fueron tan glamurosas como a mí me hubiera gustado. Para que os hagáis una idea de a qué estilo estábamos acostumbrados, en cierto teatro cutreril del norte de Barna nos encontramos unas bandejas llenas de chocolatinas en los camerinos que nadie tuvo cojones de tocar hasta que una trabajadora del local nos aseguró que aquello era efectivamente para nosotros. Alguien quiso preguntar si el camerino también era para nosotros, sólo para estar seguros del todo, pero un par de collejas de un par de compañeros con la boca llena de bombones lo evitaron a tiempo.

No es de extrañar que al ir a Mallorca para participar en la muestra de teatro universitario acabásemos alojados en el núcleo más chungo de la guirilandia de Palma. Teseu y Lopakin, contagiados por el espíritu del barrio, decidieron ir a la gasolinera a comprar una botella de whisky para merendar, presentarse alcoholizados perdidos en el autobús que nos llevaba al teatro y pasarse el viaje gritando al conductor para que fuera más rápido. Por suerte al llegar al teatro se calmaron y entonces la responsabilidad de hacer el ridículo recayó en mí. El aburrimiento hizo que me empezara a emparanoiar con que la poesía recitada en mallorquín me hacía gracia y me pasé todo el rato intentando reprimir ataques de risa que además iba contagiando a los compañeros. Que una Anna me fuera diciendo continuamente “Tranquilo, haz como yo, cuando te entre la risa haz ver que tienes tos” no me ayudaba demasiado.

La semana pasada volví a Mallorca a trabajar y mientras seguíamos las indicaciones para encontrar el hotel fuimos a parar de lleno a Can Guiri. Por suerte, al final, el hotel estaba justo fuera de la zona chunguera, pero para cenar a aquella hora no había más remedio que ir a hacer un kebab y acabé sentado en una mesa con vistas a la gasolinera.

Había unos adolescentes que supongo que se dedicaban a tirarse la caña, con la peculiaridad de que eso consistía en dos chicas gritando, dando bofetadas y empujando sistemáticamente a tres chicos. Por alguna razón que tampoco entiendo se ve que eso tenía más gracia si se hacía entre los surtidores de la gasolina sin plomo.
La cosa sólo se puso interesante cuando un borracho sentado en un bar del lado de la gasolinera decidió que los gritos de las pavas le tocaban los huevos y les tiraró una botella de cerveza, que (lástima) sólo hizo ruido.
Lo normal en estos casos es captar el mensaje y marcharse, que es lo que intentaron hacer los chicos, pero las chatis decidieron que era mejor quitarse el cinturón e ir a pegar al borracho. Bueno, de hecho era más bien un “me voy corriendo hacia el borracho e insultándolo pero voy mirando hacia atrás y bastante lenta como para que mi churri me pueda atrapar y tirar hacia atrás antes de llegar donde está el borracho tirando botellas cual discóbolo de Miró”.
La cuestión es que dejé de ver la peli chunga de Steven Seagal para ver el show de la gasolinera y comentar el espectáculo con los mallorquines de la mesa de al lado, que habían dejado su conversación sobre si es peor que tu hijo te diga que es gay o que te diga que es del Madrid, para dedicarse también al comentario del tiro de botella.

Mientras, alguien jubava al tetris con su kebab.

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