Hoy he ido al templo del metal, a.k.a. el The World’s End de Camden, un pub donde los domingos por la noche tienen a una banda tocando temas clásicos del heavy. Antes la banda estaba compuesta por antiguos guitarristas de bandas rollo Judas Priest y similares, unos tíos que dominaban tanto que mantenían discusiones sobre fútbol con el público al mismo tiempo que hacían un solo de guitarra. Lo tocaban todo tan perfecto que hubiera sido imposible encontrar la diferencia con una grabación original a no ser por el vocalista, un pavo que tenia pinta de camionero alcohólico jubilado y que definitivamente no tenia la voz al nivel de los músicos. Pero un buen día cambiaron la banda, suponemos que porque el cantante finalmente la debió palmar, que ya era un milagro que se aguantara de pie y aún más que pudiera coger el micro. La nueva banda tampoco está nada mal y, aunque no llegan a ser tan perfectos como sus antecesores, mantienen el nivel alto. Para compensar, el nuevo cantante es mucho más competente y tiene un acento cocny de la ostia que lo hace muy pintoresco, aunque se flipa un poco y le gusta pasearse por el pub cantando con su micro inalámbrico. Por ejemplo, hoy ha subido al piso de arriba y se ha puesto a cantar apoyando la pierna en la barandilla y cuando se ha acabado la canción han tenido que ayudarle a liberar la bota que se le había quedado encallada entre dos barrotes.
Pero lo importante de la velada no ha sido el concierto, sino la Diosa del Templo del Metal. O mejor dicho La DIOSA del Templo del Metal. Bueno, de hecho al principio la hemos bautizado como morbo-woman, pero enseguida hemos decidido divinizarla.
No sé si habéis visto “Gia”, es una peli protagonizada por Angelina Jolie y basada en la vida de Gia Carangi, una modelo de finales de los setenta. Pues bueno, la Diosa del Templo del Metal no sólo recordaba a Gia sino que además tenía un cierto aire oriental, llevaba una franja oscura en los ojos en plan Daryl Hannah haciendo de Pris en Blade Runner y llevaba en los brazos mallas enrejadas rollo pubilla chunga. Con la diferencia de que las pubillas de mi pueblo no eran así en absoluto.
En definitiva, que mientras la Diosa ha estado por allí hemos pasado olímpicamente de la banda y del cantante que se iba paseando y nos hemos dedicado a admirarla y, aunque Bakerin y Jopelines lo negarán rotundamente, la Diosa me ha devuelto la mirada en varias veces. Vamos, pero fijo, fijo. ¿Y qué es lo que he hecho yo? Evidentemente, nada.
Ya de entrada, soy incapaz de mantener una conversación con una pava que no conozco de nada. Trist but ciert. Si Fenix del A-Team hubiera estado allí no sólo se hubiera ligado a la pava sino que hubiera conseguido que le dejara su coche para llevar a cabo alguna misión. Pero yo no soy Fénix y si encima la pava es una diosa del metal no hay nada que hacer. Quiero decir que si voy y le digo “Hello” y ella me responde “Hello” y entonces yo empiezo a decir “Eeeee… hummmm… estoooo… (qué buena que estás, qué buena que estás)… hummmm… uuuuuh… (québuenaqueestás-québuenaqueestás-québuenaqueestás-québuenaqueestás)…” pues no llegaremos a ningún sitio y de conseguir el coche ni hablar. Qué mierda es vivir.
Tengo que decir en mi defensa que la pava era tan mega atractiva en todos los sentidos que imponía mucho. No sólo a mí. Era evidente que allí por donde paseaba, se extendía una epidemia de tortícolis la mar de curiosa, pero nadie tenía los cojones de decirle nada. Y cuando un primo-hermano de Metalboy ha decidido probar suerte ha estado todo el rato hablando a un metro de ella, con miedo de acercarse más.
En definitiva, que cuando la pava ha decidido irse todos nos hemos quedado más tranquilos. Qué idiota, lo sé. Qué mierda es vivir.
Pero lo importante de la velada no ha sido el concierto, sino la Diosa del Templo del Metal. O mejor dicho La DIOSA del Templo del Metal. Bueno, de hecho al principio la hemos bautizado como morbo-woman, pero enseguida hemos decidido divinizarla.
No sé si habéis visto “Gia”, es una peli protagonizada por Angelina Jolie y basada en la vida de Gia Carangi, una modelo de finales de los setenta. Pues bueno, la Diosa del Templo del Metal no sólo recordaba a Gia sino que además tenía un cierto aire oriental, llevaba una franja oscura en los ojos en plan Daryl Hannah haciendo de Pris en Blade Runner y llevaba en los brazos mallas enrejadas rollo pubilla chunga. Con la diferencia de que las pubillas de mi pueblo no eran así en absoluto.
En definitiva, que mientras la Diosa ha estado por allí hemos pasado olímpicamente de la banda y del cantante que se iba paseando y nos hemos dedicado a admirarla y, aunque Bakerin y Jopelines lo negarán rotundamente, la Diosa me ha devuelto la mirada en varias veces. Vamos, pero fijo, fijo. ¿Y qué es lo que he hecho yo? Evidentemente, nada.
Ya de entrada, soy incapaz de mantener una conversación con una pava que no conozco de nada. Trist but ciert. Si Fenix del A-Team hubiera estado allí no sólo se hubiera ligado a la pava sino que hubiera conseguido que le dejara su coche para llevar a cabo alguna misión. Pero yo no soy Fénix y si encima la pava es una diosa del metal no hay nada que hacer. Quiero decir que si voy y le digo “Hello” y ella me responde “Hello” y entonces yo empiezo a decir “Eeeee… hummmm… estoooo… (qué buena que estás, qué buena que estás)… hummmm… uuuuuh… (québuenaqueestás-québuenaqueestás-québuenaqueestás-québuenaqueestás)…” pues no llegaremos a ningún sitio y de conseguir el coche ni hablar. Qué mierda es vivir.
Tengo que decir en mi defensa que la pava era tan mega atractiva en todos los sentidos que imponía mucho. No sólo a mí. Era evidente que allí por donde paseaba, se extendía una epidemia de tortícolis la mar de curiosa, pero nadie tenía los cojones de decirle nada. Y cuando un primo-hermano de Metalboy ha decidido probar suerte ha estado todo el rato hablando a un metro de ella, con miedo de acercarse más.
En definitiva, que cuando la pava ha decidido irse todos nos hemos quedado más tranquilos. Qué idiota, lo sé. Qué mierda es vivir.
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