sábado, noviembre 24, 2007

Mallorca, ecstasy & lotion (3 de 3)



Todo tiene un final, pero para acabar de rematar unas vacaciones singulare
s, tuvimos un final plural. Que es una manera de decir que tuve que ir dos veces al aeropuerto. Primero para decir adiós a Amparo, que se iba antes, y al día siguiente para despedirme yo mismo de mí personalmente.
En el trayecto para llevar a Amparo al aeropuerto decidimos que sería bonito hacer una última demostración de aquello que ya habíamos convertido en un clásico del viaje: intentar colarle alguna parida como ejemplo de tradición mallorquina. Bueno, en realidad no lo decidimos, es simplemente que Amparo nos preguntó qué quería decir la palabra “Recordi” (recuerde) que aparecía debajo de las señales de peligro de desprendimientos. Hacía días que Tron había agotado el tema de los peces, de manera que optamos por la lingüística y le dijimos que, de tantos años de convivir con los guiris, había ciertos anglicismos que los mallorquines habían ido adoptando. Como por ejemplo el “Recordi”, del inglés to record y que quería decir que estabas cerca de un buen mirador y que preparases la cámara para grabar. Nos quedamos un rato esperando a ver si Amparo hacía alguna foto, pero ella se limitó a decir que éramos unos capullos.

Como el viaje iba de clásicos, Tron decidió hacer su ritual del coche que se basa en:
A: Enchufarnos por millonésima vez el Cd de unos amigos suyos que tocan música soy-popero-y-más-moderno-que-el-rayo-láser. No es que no me guste el grupo, digamos que en realidad, después de escuchar el puto Cd non-stop durante una semana, soy más consciente de cómo es de maravillosa la vida cuando hay un silencio y escuchas al viento y las nubes cual anuncio de compresas.
B: Explicarnos historias para no dormir de su vida. Y esto ya me gusta más, para empezar porque así le puedo decir que baje la música que sino no le oigo. Y también porque sé que las historias de Tron tratan o bien de sexo, o bien de violencia, o bien de sexo y violencia. Una vez nos explicó una que iba de un amor platónico y de unos poemas que escribía, pero al final descubrimos que se lo estaba inventando.
Esta vez eligió explicarnos unas cuantas anécdotas de su trabajo en el aeropuerto, que básicamente consistía en rebotadas con peña, rebotadas con peña que se le rebotaba y follarse a una azafata d’Air Messerchmitt. Me encanta escuchar a Tro
n.
Al día siguiente puede comprobar yo mismo que en aquél aer
opuerto pasan cosas curiosas. Sobretodo en el lavabo donde, mientras estaba haciendo la meadita, descubrí que alguien se había reventado un grano enorme, o experimentado un episodio desastroso de hemorroides, o escenificado una versión adaptada de “Tu madre se ha comido a mi perro”. La cuestión es que la pared estaba salpicada de sangre.

Pero lo que me llamó más la atención fue que, a parte de mí, nadie llevaba su caja octogonal reglamentaria de ensaimada. Todo el mundo sabe que no te dejan salir de Mallorca si no llevas una caja de esas, pero al resto de los guiris se ve que nadie se lo había explicado.
Tuvieron suerte de que con mi ensaimada, mis tres kilos de sobrasada de Muro que lo flipas, mis cinco paquetes de quelis y el medio kilo de galletons que la madre de Barbarella me había regalado, yo solito ya sumaba los puntos necesarios para todos y dejaron embarcar a todo el mundo. Si no llega a ser por mí la economía mallorquina se va a la mierda.
Y para acabar de ver cosas fuera de lugar, voy y me encuentro que en mi avión también estaba Farruquito. No el piloto de rallys, sino el Farruquito de la Bowden.
Bowden Court, La Bowden para los amigos, es el hostel donde pasé mi primer año en Londres y donde conocí a Tron, a Bakerin, a Conejito y a Amparo y a gente mucho peor.
Farruquito era un tio de Mallorca que trabajaba ahí y que se ganó el mote con sus maravillosas melenas rizadas. Durante un tiempo había gente que le llamaba Ronaldinho, porque a demás de tener buen gusto era guapo, pero finalmente se quedó con Farruquito, aunque al cabo de poco se cortó el pelo. Con esto no consiguió acabar con la broma, pero p
or lo menos le quedaba mejor.
Farruquito me explicó que seguía en la Bowden y que todo estaba más o menos igual, normalidad que se refiere a que continúa siendo un refugio de tronados, y digo
tronados en el sentido más clínico y diagnosticado de la palabra. Las novedades son que ahora tienen plaga de chinches y que Farruquito es el cocinero. Que un tio que trabajaba de animador en los hoteles de Mallorca sea el cocinero sólo se entiende si tenemos en cuenta que su predecesor era electricista de profesión. “Aquí el más tonto hace relojes” que decía siempre Bakerin.
Y finalmente llegué a Londres, con una maleta cubierta de azú
car de ensaimada y todos los yonkis de el N29 mirándome con cara de envidia y planteándose si sería muy difícil matarme y quedarse con el material.
Suerte que yo no me daba cuenta porque estaba demasiado absorto pensando en un bareto de Mallorca donde te puedes beber un cubata en una tumbona mientras el sol se pone delante de ti.



Mallorca, ecstasy & lotion (1 de 3)

Mallorca, ecstasy & lotion (2 de 3)

Mallorca, ecstasy & lotion (Las historias de Tron)

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