domingo, noviembre 26, 2006

Los augurios se cumplen

Desde que hace frío ya no tenemos arañas mutantes de palmo y medio sentadas en el sofá del comedor mirando la tele y comiendo palomitas. Además la calefacción va a toda hostia, de manera que si a algún otro artrópodo cabrón se le ocurriera tenderme una emboscada en el radiador de al lado del ordenador, quedaría bien frito.
No tenemos arañas, pero tenemos otros problemas. Esta vez de cuatro patas.
Cuando llegué a Can Fuckland me di cuenta de que había una señalización de salidas de incendio muy buena, y alarmas y extintores y un montón considerable de trampas con veneno para ratones. Pobre ingenuo de mi, no lo vi como una consecuencia de hechos pasados sino como un buen ejemplo de previsión.
La alarma de incendios ya hemos podido comprobar que funciona, las trampas para ratones ya hemos podido comprobar que no.
Aka me había dicho que el invierno pasado ya habían tenido problemas de ratones y auguraba un nuevo invierno de roedores, pero yo continuaba optimista porque en todo el verano no había visto ningún indicio de ratones. Bien equivocado estaba.
Ayer por la noche iba a coger un paquete de galletas en la cocina cuando sentí un ruido. Di un par de pasos y pensé que qué gracia, que el ruido
parecía el ruido de un ratón, di dos pasos más y los vaticinios apocalípticos de Aka me vinieron a la mente al mismo tiempo que un ratón salía de debajo del lavaplatos, me miraba y decía “¡Harl! ¡Un pecador de la pradira!”.
Yo repetí el mismo ritual que con la superfolding araña, con la diferencia de que esta vez la bestia reaccionó a la ráfaga de insultos que le lanzé y decidió que era mejor esconderse de nuevo bajo el electrodoméstico que no intentar atacarme. Evidentemente los insultos también atrajeron la atención del resto de compañeros de casa, la buena nueva se extendió y todo el mundo opinó.
Aka piensa que con el frío del invierno los ratones buscan alimento y calor en casa. Está equivocada. Lo que pasa es que en verano los ratones tenían miedo de las arañas atómicas y no tenían huevos de entrar en casa y, ahora que los depredadores hormonados de ocho patas han desaparecido de la cadena trófica de nuestro jardín de los cojones, los roedores vuelven a campar tranquilamente. Ahora bien, arriba del todo del reino animal ahora estoy yo. Un Flanagan cabreado con una trampa para ratones en cada mano y un trozo de chorizo de importación (Mercadona) como munición.

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