domingo, diciembre 17, 2006

Historias de un atardecer cualquiera

Es viernes por la noche y cuando has acabado de limpiar toda la mierda del Pret y sales de la tienda ¿qué haces? Una cerveza, evidentemente haces una cerveza.
Porque sí, porque te apetece y porque estás en Londres y todo le mundo está en los pubs bebiendo vasos de cerveza de medio litro y no necesitas más excusa. Generalmente irías con los compañeros del trabajo, que es el ritual semanal, por no decir diario, en esta ciudad, por no decir en todo el mundo anglosajón. Pero esta semana ninguno de los borrachos de tu curro se ha quedado hasta las 8:30, que es la hora en que has salido tu, porque mañana es la fiesta de Navidad del Pret y todo el mundo está ahorrando fuerzas para un sábado que promete mucho.
Pero ningún problema, Amparo te ha llamado para decirte que ella y Conejito te esperan en un pub de Charing Cross con unos colegas de su antiguo trabajo para hacer una cervecita. Quien tiene amigos tiene un tesoro.
De Bond Street vas a Green Park y de allí a Leicester Square, sales de la boca del metro, empiezas a caminar y te vuelves a sorprender de que en Londres lo largo de las minifaldas sea inversamente proporcional al frío que hace. Y entonces piensas que qué pena que hoy no sea una noche demasiado fresca.
Pasas por la feria que han montado en Liecester y aunque pasas de los caballitos y del algodón de azúcar, por un momento te planteas pagar cinco libras para disparar un poco con los fusiles de aire comprimido. Pero como no es cuestión de presentarse en el pub con un perro de peluche de metro y medio sigues caminando. Pasas por Trafalgar Square, giras a la izquierda para enfilar Strand y para acabar vuelves a girar a la derecha para entrar en la calle que no tienes ni idea de cómo se llama pero que todo el mundo sabe que es la calle del Heaven. Y allí ves el Pub Ha Ha y te das cuenta de que justo delante hay un Pret a Manger. La plaga.
Entras en el Pub y saludas a todo el mundo. Con Amparo haces planes para ir a Camden mañana en la tarde, porque los dos teneis que terminar de comprar regalitos para la familia. Quin dice que pasa de Camden, pero con él haces planes para ir juntos a la fiesta del Pret y te confiesa que finalmente ha desistido de ir disfrazado.
Por alguna ley de estas no escritas, en Inglaterra una fiesta para ser guay ha de estar tematizada y este año la Pret party irá en plan Moulin Rouge. Quin lleva un mes diciendo que él se quiere disfrazar y comiéndote la olla para que tu te apuntes, pero tu sufres en silencio porque no sabes muy bien qué idea del Molino Rojo tiene Quin y no tienes ninguna gana de verlo en kan-kan.
Para cambiar de tema le explicas que te has encontrado por casa una máquina de recortar el cabello como la que él utiliza para depilarse a conciencia y eso desencadena una interesante conversación sobre los diferentes mecanismos que un hombre puede utilizar para eliminar su vello corporal. Al final tu no tienes cojones de decirle que solo utilizarás la máquina si algún día te dejas barba y te sientes culpable de que tus acciones capilares se limiten a afeitarte dos veces por semana y cortarte el pelo una vez cada dos o tres meses.
Con Amparo también tienes conversaciones filosóficas. Concretamente ella te explica las diferencias de significado entre “un beso” y “besitos”. Resulta que, en el lenguaje secreto de las tías, si te envían un mensaje en el que al final pone “un beso” es un mensaje inofensivo. Pero si el mensaje acaba con “besitos” resulta que ya se están poniendo en un plan más íntimo, porque “besitos” es más pequeño y más cuco. Y si te ponen “un besito” entonces ya es que se quieren casar contigo y tener hijos porque “UN besito”, nada más uno, es mucho más pequeño y por tanto mucho más mega-super-chupi-cuco. Tu alucinas pepinos de que te esté hablando en serio y le explicas que los tios solo entendéis la diferencia entre un mensaje acabado en “besos” y otro acabado en “te quiero comer el rabo”. Pero ella insiste en la obviedad de la diferencia y tu te imaginas la de señoras que habrán enviado mensajes con “besitos” convencidas de que prácticamente estaban siendo unas rameras desvergonzadas hablando tan abiertamente de sexo y preguntándose por qué no recibían ningún mensaje de respuesta
Finalmente Quin dice que se va a casa, que quiere irse pronto a la cama que mañana toca Moulin. Hace cuatro mariconadas con Amparo para despedirse y entonces tu aprovechas para decir que tu también te vas a sobarla, te despides y te quedas pensando en el curioso mecanismo que hace que a una mujer no le importe que le metan mano siempre y cuando la mano sea homosexual. Curiosa paradoja.
Sales del Ha Ha y entonces te das cuenta de que no has bebido ninguna cerveza, porque en realidad solo has venido al pub para estar con los colegas y porque en realidad la cerveza no te gusta y te has olvidado de ir a la barra.
Vuelves a hacer el recorrido de antes pero a la inversa, acompañas a Quin a comprar provisiones al Burguer King y te comes un helado supuestamente con sabor a pastel de queso y fresa mientras él te explica sus penas trabajando en el recruitment centre del Pret.
Finalmente coges el metro en Picadilly y entras en el último vagón porque sabes que así encontrarás asiento. Te sientas, sacas el libro que siempre llevas para aderezar las diez o doce horas semanales que te pasas viajando en transporte público y te pones a leer. El problema es que ahora te estás leyendo “The sorrow of war”, un libro que te compraste entusiasmado porque habla de la guerra de Vietnam desde el punto de vista de un veterano vietnamita, pero que está resultando ser un tostoneishons. Te obligas a leer unas páginas porque no tienes nada más que hacer pero finalmente decides cerrarlo y echar una ojeada al vagón. Es entonces cuando descubres que tienes delante un chico y una chica profundamente dormidos. La chica no tiene demasiada gracia pero el tio está completamente espatarrao, hasta el punto de que la señora de avanzada edad que está a tu lado se cambia de asiento porque el chaval no para de pisarla. Además el somnoliento también tiene la cabeza completamente hacia atrás, tan hacia atrás que le es imposible cerrar la boca y además con los traqueteos del tren el culo cada vez se le va resbalando más hacia fuera del asiento.
Finalmente pasa lo inevitable y el culo abandona definitivamente el asiento para ir a parar al suelo y tu te tapas la boca para poder reir tranquilamente. El colega se ve obligado a reconsiderar su situación y entonces es cuando confirmas lo que ya era obvio, que aparte de tener sueño va bastante borracho. El chaval se incorpora, bosteza, se pone la mano en la boca y entonces de entre sus dedos empieza a aflorar un líquido espeso y oscuro que le baja resbalando hasta la cintura.
Todo el mundo tarda unos segundos en darse cuenta de la nueva situación en el vagón de metro, porque el colega sigue con la mano en la boca como si no pasara nada. Al cabo de un rato la expresión de los ojos le cambia y parece que se empiece a plantear que los bostezos en principio no son ni húmedos ni espesos y que algo le pasa. Retira la mano y una nueva remesa de grumos le resbala por la barbilla, pero parece decidir que está demasiado borracho como para hacer nada al respecto y vuelve a taparse la boca. Tus compañeros de viaje anglosajones están horrorizados. El borrachito está siendo disgusting en un lugar público y eso les incomoda mucho. La mujer a la que pisaba se levanta y se va hacia la puerta apartando la vista. El chaval que está a tu izquierda y que en principio parecía ser un malote de barrio también se levanta y se va hacia la otra puerta y por un momento piensas que él también vomitará del asco.Tu no te mueves. Lo que te gustaría es poder descojonarte tranquilamente de lo que está pasando, pero todo el mundo se lo está tomando demasiado en serio y además tu no tienes ningún colega con quien compartir las risas. De manera que lo único que puedes hacer es comenzar a respirar profundamente e intentar reprimir la sonrisa que no deja de amenazar, lo cual se hace muy difícil porque el colega sigue regurgitando vino y poniendo cara de “no, si aquí no pasa nada”. Por suerte la siguiente parada es la tuya. Te levantas, vas hacia la puerta y justo cuando la atraviesas, incluso antes de poner el pie en el andén, te empiezas a partir el culo a unos niveles que, sintiéndolo mucho, está claro que el colega de los bostezos líquidos puede oír.
Sorrybauda, pero aún gracias que no le estás señalando con el dedo.

2 comentarios:

Celia dijo...

El otro día, a las nueve de la noche, ojo al dato, las nueve, había un tipo trajeado, con gabardina y maletín, borracho como una cuba en la estación de mi casa.
El andén debe tener como unos 15 metros de ancho, para absorver la hora punta de Tokyo, pues el pavo, hacía eses de punta a punta, de manera, que en una de sus idas, la veintena de personas que estábamos siguiendo su odisea contuvimos a la vez la respiración, porque el tipo se iba de cabeza a la vía.
Eso sí, en un giro de una gracia sin nombre, se re-encaminó hacia las escaleras.

Flanagan dijo...

No te creas que esto fue mucho más tarde. Aquí a las seis ya están los pubs a reventar... Yo a esa hora ni siquiera he merendado.