Llegamos al The Key y nos encontramos con dos de los tópicos de los locales de ocio nocturno
El primero es una política de admisión basada en el equilibrio de géneros. Solo te dejan entrar si vas acompañado de una hembra (he aquí otro beneficio de los grupos mixtos). De manera que si algún día vuelve a haber un diluvio universal el futuro de la especie humana está asegurado gracias a los locales de ocio nocturno de Londres. Si el diluvio cae de día tendremos que confiar en el Noé de turno porque si no estamos jodidos, que me parece que los afters no aplican la misma política.
Rocky y su pareja empezaron a protestar y a reclamar su derecho a ejercer de lesbianas y yo empecé a protestar y a reclamar mi derecho de entrar a la discoteca y a cagarme en ellas dos por no querer ponerse al lado de dos tíos durante cinco minutos. Finalmente las pude convencer de que no utilizaría mis increíbles poderes mágicos heterosexualizadores y que por ponerse a mi lado no cogerían ningún virus masculino ni perderían su afición a las tetas.
Siceramente no tendrían que protestar tanto, porque en los locales homosexuales también tienen sus rituales para dejar entrar, aunque con una finalidad más informativa que otra cosa. No es que no te dejen entrar si vas con una tía, pero si que el segurata te pregunta si sabes de qué va el tema, para evitar que al cabo de dos minutos salgas corriendo del local haciendo exclamaciones de las perversiones que has visto.
A veces pueden resular un poco ridículos y todo. A Amparo le preguntaron si sabía en que tipo de ambiente se metía cuando intentabamos entrar en un local que está en medio del Soho y que se llama “G-A-Y”. Ella se miró el nombre del local, se miró al segurata y le dijo que si. El portero puso cara de has-hecho-trampa y entonces le dijo que por 25 pesetas, dime tres nombres de locales gays de este pueblo , un dos tres responda otra vez.
A mi el segurata no me preguntó nada, simplemente me miró el culo y yo por un segundo me planteé que si me lo curraba incluso podría conseguir que me invitasen a alguna copa.
El segundo tópico es un cacheo como el que te hacen en la cárcel. Con la única excepción de que en el The Key no me inspeccionaron el agujero del culo.
Sinceramente, los agentes que hacen los controles de seguridad en los aeropuertos tendrían que estar obligados por ley a pasar un fin de semana de farra por Londres. Simplemente porque con todo lo que aprenderían la seguridad de los vuelos no volvería a plantear problemas
A mi me tocó un tio de 2x1,5 metros, cada pierna, que me empezó a magrear de la misma manera que generalmente precede a un coito, pero la cara de mala hostia que tenía el buen hombre dejaba claro que si te tenía que hacer algo no sería precisamente sexo. No que no te tuvieras que preocupar, però por lo menos seguro que no sería sexo.
Entre magreada y magreada el señor segurata se preocupó por una cosa cuadrada y dura que palpó en mi bolsillo y que resultó ser... Sorpresa! Mi cartera! Después de justificar su sueldo, eliminando la posibilidad de que mi cartera fuese un amigo que se hubiera escondido doblado en mi bolsillo para evitar pagar la entrada, el señor sobredimensionado que daba miedo, me dejó entrar.
Mi primer pensamiento una vez dentro fue que, a juzgar por las caras de la gente, el control de la entrada no era demasiado efectivo a la hora de requisar estupefacientes. Cosa que me hizo recapacitar, aplicando una regla de tres, en la cantidad de drogas que debe haber a mi alrededor cada vez que viajo en avión. Pero al menos tienes la tranquilidad de que si te olvidas la cartera en casa el de la puerta te lo recuerda.
Dentro todo el mundo iba muy fashion. La mitad llevaban tubos fluorescentes en la boca. Los mismos tubos que yo ponía en la punta de mis cañas cuando vivía en Canet e iba a pescar de noche. Los mismos tubos que sé por experiencia propia que tienen un ácido la mar de cabrón dentro. Una de las razones por las que los ponía en la punta de las cañas era porque así los tenía más lejos de la cara, pero bueno, cada uno los usa como quiere. Aunque teniendo en cuenta el movimiento de mandíbula que provocan ciertas pastillas que se venden sin receta, sigo pensando que la punta de la caña es el mejor sitio para dejar los tubos de los cojones.
Mi pintas preferido de la noche no masticaba tubos, sino que se había pintado patillas y barba con tinta de esa que es invisible pero que brilla si le toca la luz ultravioleta. De manera que cada vez que el colega pasaba por debajo de una de esas luces se convertía en un Chuck Norris fluorescente.
Nosotros buscamos nuestro rinconcito en la sala y nos pusimos a bailar. Por equipos evidentemente. El equipo de las tías jugaba con tres que bailaban y dos reservas en el sofá. En el equipo de los tíos todos hacíamos ver que bailábamos, cada uno de nosotros exhibiendo un estilo propio y característico.
Ciro con una mano aguantando el cubata y la otra en el bolsillo; Dan con una mano aguantando el cubata y la otra levantada en el aire como si le quisiera hacer una pregunta al profe; Alex con una mano aguantando el cubata y con la otra haciendo ver como que repartía cartas (si, todavía hay gente que lo hace) y Fernando...bueno, Fernando bailaba como la gente que te encontrabas en las discotecas del Maremagnum (y si no sabes a que me refiero, considerate afortunado). De todas formas lo mejor de Fernando eran las caras que ponía cada vez que pasaba una tía buena por delante. Como la gente del Maremagnum
Solo me quedé un par de horas en la discoteca. Que yo no estaba especialmente animado aquella noche y el resto de compañeros menos. De hecho si me esperé las dos horas fue básicamente por la expectativa de que alguien mordiera uno de los tubos fluorescentes y se montara un espectáculo, pero no fue así. Se ve que tienen práctica. Otro día será.
El primero es una política de admisión basada en el equilibrio de géneros. Solo te dejan entrar si vas acompañado de una hembra (he aquí otro beneficio de los grupos mixtos). De manera que si algún día vuelve a haber un diluvio universal el futuro de la especie humana está asegurado gracias a los locales de ocio nocturno de Londres. Si el diluvio cae de día tendremos que confiar en el Noé de turno porque si no estamos jodidos, que me parece que los afters no aplican la misma política.
Rocky y su pareja empezaron a protestar y a reclamar su derecho a ejercer de lesbianas y yo empecé a protestar y a reclamar mi derecho de entrar a la discoteca y a cagarme en ellas dos por no querer ponerse al lado de dos tíos durante cinco minutos. Finalmente las pude convencer de que no utilizaría mis increíbles poderes mágicos heterosexualizadores y que por ponerse a mi lado no cogerían ningún virus masculino ni perderían su afición a las tetas.
Siceramente no tendrían que protestar tanto, porque en los locales homosexuales también tienen sus rituales para dejar entrar, aunque con una finalidad más informativa que otra cosa. No es que no te dejen entrar si vas con una tía, pero si que el segurata te pregunta si sabes de qué va el tema, para evitar que al cabo de dos minutos salgas corriendo del local haciendo exclamaciones de las perversiones que has visto.
A veces pueden resular un poco ridículos y todo. A Amparo le preguntaron si sabía en que tipo de ambiente se metía cuando intentabamos entrar en un local que está en medio del Soho y que se llama “G-A-Y”. Ella se miró el nombre del local, se miró al segurata y le dijo que si. El portero puso cara de has-hecho-trampa y entonces le dijo que por 25 pesetas, dime tres nombres de locales gays de este pueblo , un dos tres responda otra vez.
A mi el segurata no me preguntó nada, simplemente me miró el culo y yo por un segundo me planteé que si me lo curraba incluso podría conseguir que me invitasen a alguna copa.
El segundo tópico es un cacheo como el que te hacen en la cárcel. Con la única excepción de que en el The Key no me inspeccionaron el agujero del culo.
Sinceramente, los agentes que hacen los controles de seguridad en los aeropuertos tendrían que estar obligados por ley a pasar un fin de semana de farra por Londres. Simplemente porque con todo lo que aprenderían la seguridad de los vuelos no volvería a plantear problemas
A mi me tocó un tio de 2x1,5 metros, cada pierna, que me empezó a magrear de la misma manera que generalmente precede a un coito, pero la cara de mala hostia que tenía el buen hombre dejaba claro que si te tenía que hacer algo no sería precisamente sexo. No que no te tuvieras que preocupar, però por lo menos seguro que no sería sexo.
Entre magreada y magreada el señor segurata se preocupó por una cosa cuadrada y dura que palpó en mi bolsillo y que resultó ser... Sorpresa! Mi cartera! Después de justificar su sueldo, eliminando la posibilidad de que mi cartera fuese un amigo que se hubiera escondido doblado en mi bolsillo para evitar pagar la entrada, el señor sobredimensionado que daba miedo, me dejó entrar.
Mi primer pensamiento una vez dentro fue que, a juzgar por las caras de la gente, el control de la entrada no era demasiado efectivo a la hora de requisar estupefacientes. Cosa que me hizo recapacitar, aplicando una regla de tres, en la cantidad de drogas que debe haber a mi alrededor cada vez que viajo en avión. Pero al menos tienes la tranquilidad de que si te olvidas la cartera en casa el de la puerta te lo recuerda.
Dentro todo el mundo iba muy fashion. La mitad llevaban tubos fluorescentes en la boca. Los mismos tubos que yo ponía en la punta de mis cañas cuando vivía en Canet e iba a pescar de noche. Los mismos tubos que sé por experiencia propia que tienen un ácido la mar de cabrón dentro. Una de las razones por las que los ponía en la punta de las cañas era porque así los tenía más lejos de la cara, pero bueno, cada uno los usa como quiere. Aunque teniendo en cuenta el movimiento de mandíbula que provocan ciertas pastillas que se venden sin receta, sigo pensando que la punta de la caña es el mejor sitio para dejar los tubos de los cojones.
Mi pintas preferido de la noche no masticaba tubos, sino que se había pintado patillas y barba con tinta de esa que es invisible pero que brilla si le toca la luz ultravioleta. De manera que cada vez que el colega pasaba por debajo de una de esas luces se convertía en un Chuck Norris fluorescente.
Nosotros buscamos nuestro rinconcito en la sala y nos pusimos a bailar. Por equipos evidentemente. El equipo de las tías jugaba con tres que bailaban y dos reservas en el sofá. En el equipo de los tíos todos hacíamos ver que bailábamos, cada uno de nosotros exhibiendo un estilo propio y característico.
Ciro con una mano aguantando el cubata y la otra en el bolsillo; Dan con una mano aguantando el cubata y la otra levantada en el aire como si le quisiera hacer una pregunta al profe; Alex con una mano aguantando el cubata y con la otra haciendo ver como que repartía cartas (si, todavía hay gente que lo hace) y Fernando...bueno, Fernando bailaba como la gente que te encontrabas en las discotecas del Maremagnum (y si no sabes a que me refiero, considerate afortunado). De todas formas lo mejor de Fernando eran las caras que ponía cada vez que pasaba una tía buena por delante. Como la gente del Maremagnum
Solo me quedé un par de horas en la discoteca. Que yo no estaba especialmente animado aquella noche y el resto de compañeros menos. De hecho si me esperé las dos horas fue básicamente por la expectativa de que alguien mordiera uno de los tubos fluorescentes y se montara un espectáculo, pero no fue así. Se ve que tienen práctica. Otro día será.
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